Son las ocho de la mañana y en la esquina de las calles Cortés y Galeana se ve un desfile de carros que atraviesan el aire a toda velocidad. Comercios en ambos lados de la calle recién abren sus puertas, pero hay uno en particular que encendió sus máquinas a la par del sol: es La Casita del Café, una humilde cabaña verde turquesa que desde hace décadas reúne memorias de café y charla.
En el patio del lugar conversa un grupo de cinco hombres de la tercera edad, todos con café en mano y carcajada en boca. Una mujer junto a ellos saca tamales en hoja de plátano de una hielera, uno tras otro embolsa y vende a los clientes que se marchan con vaso en mano o cargan bolsas de dos, tres, cuatro kilos de café en grano o molido.
Adentro el aroma a café recién hecho espanta cualquier rastro de sueño. Las paredes y el techo son de madera acaramelada, brillan detrás de repisas que sostienen antiguas cafeteras italianas, prensas francesas, molinillos manuales, todos regalos de viejos y frecuentes clientes. Sobre los estantes hay más que café: panes, empanadas, pastelitos están a la venta. Cuadros, fotografías y peculiares colgantes tapizan las paredes. Detrás del mostrador hay dos molinos, una báscula, costales rebosantes de granos de café, cafeteras que gotean y conservan el calor de los distintos sabores y tostados que el lugar ofrece.
A diferencia de cafeterías icónicas, franquicias o de especialidad, en La Casita no hay complicaciones: el único método de extracción utilizado es el de la cafetera por goteo, tan sólo café clásico de grano veracruzano, sin explicaciones sobre mililitros, pesos, temperaturas. Café cargado y tostado para gente de la vieja usanza que goza de lo simple mientras disfruta de una buena conversación.
El dueño del lugar, Juan Rosales, despacha esta mañana junto a sus dos hijos, atendiendo con familiaridad a clientes que llevan años conociendo y cuyos pedidos les resulta fácil predecir. Con la soltura de la costumbre alistan frente a la báscula los treinta o cincuenta pesos que el cliente requiera, pues en la Casita del Café se vende café a granel, a diferencia de otros expendios que solamente venden cantidades cerradas.
El negocio funciona como expendio y cafetería, y su menú es simple. Son tres los tipos de tueste que se manejan: casita, similar al americano y el más pedido por el público; cabañita, un tanto más intenso; y el oscuro, brillante y negro, ideal para los paladares que gustan de los sabores fuertes. Los tres están disponibles en su sabor original o endulzados con khalua, vainilla, choco almendra, amareto, canela y avellana, en el grosor de molido que el cliente pida dependiendo el método que éste vaya a utilizar para preparar su café en casa.
Pero La Casita del Café no ha funcionado siempre de esa manera, comenzó con una visión aún más simple hace treinta años, cuando el negocio del café comenzaba a posicionarse en la ciudad.
EL HOGAR DEL CAFÉ
Era 1990 cuando Juan Rosales, quien trabajaba como pescador en un barco atunero, miró una pequeña casita de madera color tinta en el Swap Meet El Sol (hoy plaza Limón). El lugar se llamaba La Casita del Chocolate, y vendía chocolate caliente y un poco de café. Por aquella época también iniciaba el embargo atunero, con todas las consecuencias económicas que ésta arrastraría. Para hacer frente a la crisis en camino Juan contemplaba algún emprendimiento. Guiado por esta visión de auto-suficiencia, Rosales consiguió un traspaso con el dueño y cambió el negocio del chocolate por el del café.
Ocho años después los precios para ocupar lugar en la plaza se elevaron, así que Juan adquirió el terreno de la actual ubicación y, con solo una mesa y una cafetera, comenzó a vender café a la gente que caminaba frente al lugar. Al tiempo, cuando la plaza exigió que se desocupara el espacio de La Casita, Juan tuvo que decidir si movía o desmantelaba la casa, así que contactó a un amigo suyo que tenía un gato hidráulico y levantaron toda la construcción para la mudanza. A las doce de la noche se alcanzaba a vislumbrar el techo de la casita en la reforma, paseándose entre los autos hasta su nueva ubicación, a unas cuadras de distancia. Pasó muy poco tiempo para que los antiguos clientes reubicaran al negocio y La Casita comenzara a consolidarse.
Durante un tiempo Juan estuvo adquiriendo café tostado con el distribuidor de los antiguos dueños del negocio, pero como siempre gustó de granos más oscuros, hizo amistad con el proveedor y con su ayuda aprendió a tostar café. Al negocio llegaban costales con granos de café, verdes como pistaches, y kilo tras kilo eran tostados en una vieja tostadora de cacahuates. “Antes del cambio de ubicación la gente pasaba por la calle reforma y veía olas de humo brotando de La Casita, ¡y llamaban a los bomberos! Y cuando llegaban nomás me encontraba a mí tostando café”, recuerda Don Juan entre risas.
No pasó mucho tiempo para que el expendio se popularizara en toda la ciudad, y la Casita se convirtiera en uno de los expendios más populares de café en la ciudad. Al día de hoy, Jonathan y Daniel Rosales, hijos de Don Juan, se han incorporado en las tareas de la Casita, un trabajo que para ellos es “cotorrear y hacer nuevas amistades. Aquí en La Casita no hacemos un producto como tal, nos gusta atender como si el servicio fuera para nosotros”, menciona Jonathan.
CENTRO DE ENCUENTROS, AMISTADES Y RECUERDOS
Afuera de La Casita, dos de las cinco mesas rojas de Coca Cola están ocupadas. Luis, un hombre de la tercera edad, busca conversación mientras bebe su café; dice no conocer el nombre del grano, pero que es intenso, que Don Juan y sus hijos ya saben cómo le gusta porque tiene diez años siendo cliente. Todas las mañanas se despierta, se pone su chamarrita caqui, y se va caminando a La Casita. A veces se encuentra a sus compadres, otras, como hoy, goza la soledad mientras observa el tráfico. No hay acuerdos de reunión, sólo coincidencias, y cuando las hay, la hora diaria que Luis pasa en el lugar se vuelven dos, tres; hasta que le da hambre y regresa a su casa, en donde su mujer lo espera con el desayuno servido.
Hay un cerco especial que decoran parte del perímetro de La Casita: botellas de vino enterradas hasta la mitad que sobresalen del suelo y tapizan el costado izquierdo del lugar. Todas son envases vacíos de diversiones pasadas, descorchadas durante las tardes, llevadas por los mismos clientes para convivir y compartir. Y es que la Casita del Café suele llenarse algunas tardes: ¡a puerta cerrada se hace la fiesta! Se enciende el asador para la carne, de descorcha el vino y se brinda con las cervezas. Los clientes más cercanos de Don Juan gozan de anécdotas ajenas, discuten, lamentan el presente “que ya no es como antes”, recuerdan viejas glorias con nostalgia mientras afuera la calle y la ciudad es el mismo lío de siempre que no se detiene.
Sobre la pared, detrás de un curioso personaje de fierro pintado de rojo y verde, está otro letrero que anuncia el lugar: es el que se tenía en 1990. Lo acompañan fotografías de Emiliano Zapata a los costados, el gran héroe de Don Juan y de muchos clientes. Más al fondo cuelga sobre toda la pared una red de pesca, y al frente de ella hay una carreta de madera oscura, regalo de uno de los clientes.
El “presidente” del club de personajes de la tercera edad es Jesús Guerrero, un hombre mayor que sonríe a todo el que llega. Tiene veinte años siendo cliente de Juan Rosales. El hombre parece ser el alma del lugar: el alma de la fiesta de seguramente todas las reuniones. También ha sido rey y mariscal del carnaval por muchos años, y en las ventanas del café se muestran fotografías que dan evidencia de ello. Veinte años han escuchado estas paredes la voz Jesús, veinte años ha servido de escenario a toda su buena actitud.
“Al contemplar tu blanca y desnuda silueta, se desnudaba mi alma bohemia y poeta…”, declama el hombre, con tono apasionado. Al terminar el poema se despide y se marcha en su moto disfrazada, ya engalanada para el día de los muertos. Mañana regresará a beber otro café, a platicar, a ver a quién se encuentra para echar el chisme mientras la calle vive su caos, sabiendo que llueve o tiemble, aquí Don Juan lo estará esperando con su cafecito.
LA CASITA SIGUE EN MARCHA
La Casita del Café ha permanecido tradicional y fiel a lo simple, a la par que los hijos de Don Juan la han mantenido vigente a través de los años. Si bien entienden que los clientes son en un 90% personas de la tercera edad, ese no ha sido un impedimento para nuevos proyectos. Como bien comentan los jóvenes, el establecimiento ofrece desde hace siete años el servicio de café para eventos, que inició con los congresos de médicos y a la fecha se ha extendido a otro tipo de reuniones. También hacen entregas de café en la ciudad, y envíos a Mexicali y Tijuana. De igual manera, actualmente se encuentran en proceso de crear una página de internet para vender a través de mercado libre.
Otro de los proyectos logrados por los hermanos Rosales es una cerveza IPA creada en colaboración con Wind Walker Craft Beer, bebida bautizada como “Cabañita”. De sabor de amargo, esta cerveza es el resultado de mezclar maltas, lúpulos y el café del mismo nombre de tipo planchuela, un grano veracruzano que es tostado durante 45 minutos. Las etiquetas de la cerveza salieron durante el mes de octubre, pero aún está en proceso la gestión de los permisos para su venta, que se espera salgan muy pronto a complacer a los paladares fuertes.
Según comenta su fundador, La Casita desea permanecer como expendio fiel al cotorreo y la confianza que han puesto sus clientes en ellos, sirviendo como espacio para reuniones y encuentros por coincidencia. El Club del Chisme seguirá todas las mañanas en esta esquina, refugiado dentro La Casita, escapando del frenesí del tiempo, inmersos en el hilo nostálgico de la conversación que siempre sabe mejor cuando se acompaña de un buen café.
como siempre bonito relato de la casita del café dan ganas de ir a conocer el lugar
Lo recuerdo desde joven. Vecino del fraccionamiento México. Mi respeto y admiración. Orgullo para sus hijos y ejemplo a seguir para muchos. Felicidades Juan Rosales, enhorabuena!!!!☕☕☕
Mi cuñado,,que desde el año pasado ya no está con nosotros E.P.D., seguido nos comentaba,,,, voy a estar en La Casita,, vengo de La Casita,,ahora entiendo,,, el era amante del cafecito «de rancho», he leído la historia de su negocio,, Felicidades,,
algún día pasaremos a disfrutar ese cafecito y poder recordarlo también a Él tomando ahi su café..Gracias por leerme
El mejor café de la ciudad. Siempre una bonita experiencia en ese lugar que tiene muchas historias que contar.
Conocimos la casita cuando estaba en otra ubicación, llegaban mi mamá y mi papá a comprar grano molido p/la cafetera, «uno ahí preparado pal’camino y coricos para acompañar» si pasaba mi apá, le llevaba uno a mi amá, y coricos para nosotros.
Por mi papá empezamos con la tradición, hijos, nietos y bisnietos han probado de ese delicioso café.
Y la seguiremos cada vez que la nostalgia de la ausencia de mi padre, nos permita pedirlo, sin que se corte la voz de tan bonitos recuerdos.
¡Gracias!
Es un café delicioso y el aroma q despide es riquísimo, además de la amabilidad y atención q se recibe del Sr.Juan y sus hijos.