Como muchos foodies dedicados al ejercicio mandibular, mis rutinas y hábitos alimentarios fueron entre las primeras cosas que se vieron afectadas por el confinamiento.
En el esfuerzo de buscarle el lado positivo a lo que en sus primeras semanas se sentía como arresto domiciliario, recurrí a la cocina como el escape de la cotidianidad. Al no poder acceder a mis restaurantes favoritos, el confinamiento me impulsó al empoderamiento personal en el ámbito de la cocina. Por suerte, me encanta cocinar: explorar nuevas recetas y transformarlas se me hace un reto divertido.
El marisco no es algo que acostumbre cocinar en casa, ya que vivimos en la meca del marisco fresco, y salir a comer marisco siempre es mi excusa perfecta para tirar el mandil. Con las salidas a espacios públicos prohibidas, pasar por la tostadita de medio día fue una de las rutinas que desapareció de mi vida de un día para el otro.
Para reemplazar el vacío de esos momentos de terapia cevichera, tomé como proyecto intentar replicar mis ceviches favoritos de los restaurantes que frecuento. Empezando con el sencillo y clásico ceviche estilo Ensenada del Gordito, seguido por el ceviche de la casa con aceitunas negras de La Cocedora de Langostas, y finalmente intentando replicar el irreplicable “ceviche de la casa” de mariscos con jengibre de Muelle 3.
Decidí elevar mi técnica un poco y me aventuré a hacer el tiradito de jurel de Manzanilla, aprovechando el acceso a un hermoso trozo de Jurel para hacer una cantidad más generosa de la que sirven en los restaurantes. Sin duda este fue uno de mis descubrimientos más brillantes de la cuarentena: por un quinto del precio puedo quintuplicar las porciones, y si compro florecitas comestibles para decorar el plato, me acerco aún más a la experiencia que ofrecen las seis rodajas de sashimi de Jurel que te sirven en el Valle de Guadalupe.
Después de este primer platillo deslumbrante de sashimi de Jurel que me zampé en una sentada, empezó la verdadera caza por los mejores trozos de pescado en Ensenada, que estuvieran lo suficientemente frescos para comerse crudos. Desaté mi foca interna que no tiene llene, y le seguí con la noche de sashimi de salmón, y luego la de atún.
Las visitas prohibidas a las carretas fueron reemplazadas por mariscos a domicilio. Descubrí un contacto que me comenzó a vender almejas frescas de San Quintín directamente a casa. Después de dominar el desagradable pero delicioso arte de limpiar una almeja, logré imaginarme que comía los cócteles del Güero en el confort de mi terraza.
Mi casa se convirtió en un taller de experimentos, intentando calmar el añoro por mi vida gastro-social. En el proceso, descubrí que a pesar de no replicar exactamente la experiencia de cada chef, de cada carreta, ni de cada restaurante, el marisco de Ensenada es suficientemente fresco que con solo un poco de cuidado, es imposible no comer bien.
VIAJANDO POR EL MUNDO
Durante el auge del confinamiento fueron los retos y experimentos culinarios los que calmaron las ansias y me mantuvieron enfocada en el momento, distraída de la volatilidad del mundo y de un presente ausente de futuro.
En el proyecto de la distracción, me dio maña para viajar un poco. Junto con mis padres, organizamos noches de cocinas de distintos países, donde cada uno cocinaba un platillo distinto de esa misma gastronomía. Entre ellas organizamos noche griega, brasileña, mexicana, japonesa, tailandesa, y portuguesa. El platillo del que estoy más orgullosa es de una Musaka Vegana a base de 1kg de portobellos que resultó el favorito de la noche, incluso ganándole el trono al Souvlaki de borrego.
En la ausencia de tacto, de besos y de abrazos, los sentimientos se expresaban a través del esfuerzo y los pequeños detalles. El nivel de estrés y ansias por abrazar se reflejaban en las horas invertidas en una receta. Entre más nerviosos estábamos, más espléndida era la cena.
En estas noches donde me arreglaba para ir a la casa de mi madre, y ella se arreglaba para recibirme (a pesar de que estuvimos juntas hace un par de horas), era esa soplada de cabello, y esa sombra en los ojos la manera en que disimulamos las ansias y los bajones causados por la incertidumbre. La hermosa mesa de mi madre, arreglada con manteles coloridos, flores, su mejor vajilla y servilletas que combinaban con los detalles del mantel, se convirtió en un albergue; el lugar que nos protegía de la contingencia que resultó ser el resto del mundo. También se convirtió en una máquina del tiempo que nos permitió compartir viajes juntos; viajes pasados y viajes imaginados.
Y fue así que la cocina se convirtió en nuestro refugio, y en el espacio que nos encaraba con nuestros privilegios; el de estar sanos, seguros, y alimentados de amor, ilusión, y sueños por un futuro que sabemos tenemos suerte algún día será posible alcanzar.
Mientras el mundo paraba, la gente se enclaustraba, y muchos abandonaban este mundo sin la mas mínima alerta de despedida, yo me mantuve alejada del miedo, del luto y del delirio, con el ánimo de hacer una deliciosa salsa de hierbas verdes tipo chimichurri que hace mucho tenía las ganas de aventurar.
Que bonito relato, sentido, esperanzador, y capaz de poner al
mismo tiempo una sonrisa en los labios una lagrima tierna en los ojos y agua en la boca !!
Que hermoso relato, estaba encantada y hasta una lagrimita leyendote, muchas felicidades 😘
Casi lloro 😢 …. pero me encantó la manera en que expesaste la imperiosa necesidad que casi todas tenemos de abrazarnos y apapacharnos … a través de la cocina . Habilidades y gusto por cocinar que nos fue transmitido por mi madre doña Chava. Y que tu estás desarrollando excelentemente.
Me encanto tu artículo, tu manera de expresar tus vivencias y inspiraciones son alentadoras y es cierto como todos tenemos historias que nos enriquecen la vida felicidades 😘
Excelente paseo por la cocina familiar, al leerlo me hiciste percibir los aromas y el ritual del arte culinario. Recorrí mentalmente los deliciosos restaurantes ensenadenses, haciéndome evocar los gratos momentos vividos en ése hermoso rincón, donde empieza la patria y gozo de tantos afectos. Felicidades Cristina, por llevarnos de la mano, a través de tus letras, a apreciar el valor de la cercanía familiar. Enhorabuena !!!
Me encanto !!! Súper padre la narrativa , quería hacer todo !!! Y eso que a mi no me gusta cocinar , como diría tu tía yaaa quiero .
Que bonito relato gastronómico con la Esencia de Familia!!💚
Se me lleno el pecho de nostalgia y la boca de saliva, recorriendo nuestros lugares favoritos de Ensenada, e imaginando esas comidas familiares que les ayudaron a vivir la cuarentena rodeadas de cariño, Gracias Ana Christina por compartirnos tres de tus pasiones: la comida, Ensenada y la familia,
Bien aprovechada la pandemia Qki! Los ingredientes son claves, por eso se distingue Ensenada, pero es tu toque gourmet el que hace la diferencia,! Encierro? Cual encierro? Viva la comida! Abrazote
Tiempos y espacios descritos y narrados con sentimientos y sabores que evocan al mismo tiempo los deseos de un rico abrazo de nuestros afectos y un exquisito bocado de tus platillos en una cuarentena solidaria.