El mar en cuatro llantas y la sazón banquetera de su historia: las carretas de mariscos en el puerto.


Redacción por Jazmín Félix
Fotos por Thiu Mejía, Tony Ruiz, Saydé Martínez e Iván Gutiérrez

Puerto de Ensenada: mar azul con olas de espuma con aroma a sal en cuanto se atraviesa la carretera del Sauzal de Rodríguez. Es, con su norte, su frontera, su costa y sus olas, el escenario ideal para endulzar, amargar y refrescar el paladar, un oasis donde colmar el estómago con rebosantes tostadas de ceviche coronadas con camarón, almeja o pulpo, lo que se antoje y al gusto de quien la ordena. Porque sitios para disfrutar de las gracias del mar en esta variopinta ciudad, sobran.

Ensenada es mundialmente conocida por su amplia variedad de mariscos; menús y formas abundan en los diversos restaurantes que los preparan bajo distintos sellos y presentaciones. Pero hay tradiciones que permanecen por décadas, y, fieles a sus principios de frescura y rapidez, las carretas de mariscos se ubican dentro del mapa gastronómico de la cocina urbana, es uno de los principales destinos para turistas que buscan probar las delicias del océano.

Las carretas de mariscos comenzaron a dejar las huellas de sus neumáticos en las banquetas de la ciudad en la década de los años 50. Fueron los famosos “carritos almejeros”, los que con sal, limón y chile hicieron magia, llevando lo mejor del mar a las calles y atrayendo clientes de toda la ciudad. Algunos fueron lugareños comunes, pescadores y sus familiares que vieron en el mar una oportunidad de negocio para ganarse la vida y compartir su propia sazón en una concha preparada con lo más básico pero imprescindible: tomate, cebolla morada, limón, sal y pimienta. Hoy, esos cinco ingredientes son la base de un amplio abanico de tostadas, cocteles, ceviches, aguachiles y campechanas que se pueden preparar y mezclar con las más de 200 especies marinas que habitan las costas mexicanas.

Con los años, los “carritos almejeros” se posicionaron en la ciudad y los propietarios decidieron anexar a sus menús más variedades de mariscos, ya no solamente era la almeja la protagonista del sabor; el camarón y pulpo se volvieron la perfecta combinación que destacaba los sabores y las texturas de las preparaciones en sus distintas presentaciones.

De acuerdo a una investigación realizada por la Revista Iberoamericana para la Investigación y el Desarrollo Educativo, en Ensenada, los mariscos más comerciados y consumidos son: La almeja pata de mula, el mejillón, la almeja chocolata, el ostión, el caracol, el pulpo, el camarón, y pescados como la cabrilla, el atún, el jurel y la curvina.

Gracias a la migración de personas provenientes de ciudades pesqueras como Sinaloa y Nayarit, recetas originales y formas múltiples de preparaciones, toques y tradiciones surgieron en las cocinas ambulantes, nuevos sabores nacieron de estos negocios que con el pasar de los años se posicionaron en el puerto, no sólo para los turistas gustosos de los afrodisiacos marinos, sino también para los ensenadenses que vieron en estas carretas una oportunidad para comer algo recién salido del mar de manera rápida y familiar.

Hoy, las carretas de mariscos son sitios célebres en el puerto, obligatoria parada para los visitantes y manjar cotidiano de los residentes. Estos sitios para comer se han extendido, ya no sólo se encuentran a orillas de la calle primera o en el centro, sus ubicaciones están al interior de la ciudad, en calles transitadas y en colonias populares: así se comprueba su aceptación por la población. ¿Quién no ha disfrutado de los sabores del mar en alguna de las carretas más emblemáticas de la ciudad? Mientras los autos conducen a sus espaldas, suena la música fuerte en la bocina y el cotorreo de quienes habilidosos destapan, pican, parten, mecen el jugo colorado y sazonan con Kétchup, salsa y chiltepín la tostada basta en sabores que el cliente saborea con el gusto extasiado de la brisa del mar en los labios: todo el océano representado en su boca.

En Revista Molcajete sabemos que la comida y la historia siempre van de la mano, por ello nos dimos a la tarea de visitar algunas de las carretas más emblemáticas del puerto y conocer su leyenda,  su propio estilo y sazón, y claro, sus personajes singulares que deciden cada mañana alivianar el ánimo porteño con su buena vibra y frescura en la banqueta de cierta colonia o en la esquina de alguna calle popular.

LOS SESENTA DE ALMEJAS Y CEVICHE: LA CÉLEBRE GUERRERENSE Y EL GORDITO.

Todos la conocen. Seguramente probaron sus exóticas tostadas de erizo con almeja, su ceviche de caracol o se enchilaron con una de sus veinticinco salsas gourmet; debieron de pasar por la avenida Adolfo López Mateos y recordarla: el lio de clientes que reciben tostada tras tostada, aguardando sobre la banqueta a los cuatro muchachos que ágilmente despachan comandas marisqueras..

Quizá la miraron en algún video, en las páginas de Travesías o en programas de famosos chefs de talla internacional. Al menos debieron de escuchar su nombre en la calle, durante la conversación de un par de transeúntes, de esos que gritan cuando hablan y caminan al mismo tiempo y no se pueden contener al pronunciar el nombre del sitio en el que recién probaron algo buenísimo…

Su nombre es La Guerrerense, y fue fundada en 1960 por Alberto Oviedo y Celia Carranza. Dieciséis años después, el negocio ya estaba establecido, y como en todas las carretas de esos tiempos, la almeja predominaba en sus recetas. La señora Carranza sabía cuándo era que las conchas debían de nadar o mejor empaparse de limón, entre tiras finas de cebolla morada y sal. Fue en 1976 que el hijo del matrimonio llegó desde el estado de Guerrero y se trajo a su esposa, una joven Sabina Bandera Gonzales que aprendió a cocinar mariscos igual de bien que su suegra y que los porteños con manos de mar.

Alberto Oviedo, maestro de profesión, decidió quedarse en el puerto junto a Sabina porque descubrió que en una semana de abrir conchas y preparar ensaladas de langosta, había ganado más que en un mes dando clases en el centro del país. Con los años la carreta pasó a las manos del segundo matrimonio y le pusieron el nombre que hoy la distingue, el apodo especial de Sabina “la guerrerense”. Fueron años de mucho trabajo, de invenciones y repeticiones, apoyados por sus hijos e hijas, que salían de la escuela y también abrían conchas con sus manos infantiles. En los 90’s el sitio adquirió fama y la carreta fue descubierta por paladares, por lentes y plumas a principios y mediados del 2000.

Hoy La Guerrerense tiene fama internacional y ha ganado competencias mundiales de cocina urbana. A pesar de que Alberto y Sabina —la guerrerense de gran sonrisa y ojos achinados de tanto compartir alegría—, no dirijan la carreta como en los viejos tiempos ni se pasen los días ahí, el negocio familiar se encuentra en manos de la tercera generación, sus hijos; Luis, Edgar y Mariana Oviedo son quienes llevan las riendas, siempre intentando mantener la frescura de los ingredientes y la esencia de su madre, esa mujer con quienes turistas y porteños gozaron de su gran humor y sazón.

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Otra de las carretas que asomó el letrero y las llantas en la década de los 60’s por las calles Virgilio Uribe y Ruíz fue Mariscos El Gordito. Aurelio López Larios, originario de Colima, migró a Ensenada y comenzó a sacar almeja de la playa. En 1967, motivado por llevar el sustento a su familia e impulsado por su gusto a los productos marinos y a los negocios, el señor López decidió abrir una carreta en la que la sencillez y el buen sabor convergieron desde el principio.

Su hijo, Aurelio López Pizano, comenzó a ayudar a su padre desde los 13 años. Movía las cajas de soda, abría almejas. Aprendió con la vista, las manos y el gusto la sazón del patriarca. Con los años tomó el control de la carreta, y con otros mariscos crearon nuevas recetas o fueron anexados a las ya existentes gracias a la petición de clientes que visitaban el negocio desde otros estados de la república. Pulpo, camarón, e incluso abulón estuvo presente entre sus tostadas, ceviches y cocteles durante aquellos años.

Hoy, el señor Aurelio tiene 72 años y sigue a cargo del negocio que su padre le heredó. Es su hijo, el joven Alejandro -López de segunda generación-, quien atiende la carreta y se encarga de todo. El nieto del dueño original aseguró para Molcajete que lo más vendido en Mariscos El Gordito es la almeja pismo, que preparan con sal y limón, julianas de cebolla y pepino, ensalzan con huichol y salsa verde, endulzada con kétchup y coronan su carne blanca con rodajas de aguacate sobre la concha o también en vaso, depende de lo que pida el cliente.

Pero lo que más caracteriza a la carreta es su ceviche de atún fresco; de aquí, del puerto, capturado por las redes de los barcos atuneros y fileteado por las manos de los López. Su presentación es simple para que destaque todo el sabor del atún, molido y jugoso al estilo ensenadense, con las especias necesarias y sin saturaciones a punto del error. Ninguna carreta en la ciudad es igual, porque el joven Alejandro prueba cada coctel antes de ser entregado, pendiente de que la sazón y la receta de sus antepasados vaya en el vaso que el cliente recibe.

Mariscos El Gordito sigue ubicada en el mismo sitio de hace 54 años. Es la esquina popular en la que chefs famosos y cantantes van a comer cada que pueden. Esa carreta de blanca madera parece arena limpia y olas calmas, su música es la conversación del joven Alejandro, el choque de cucharones de metal y el cuchillo afilado que corta el pulpo cocido en su punto perfecto y abre almejas. Es esa tabla de picar la que ve pasar el desfile de mariscos que un rato después van a disfrutar los clientes, sobre la banqueta de esa larga esquina donde locales y foráneos se forman para probar sabor e historia en un mismo sitio.

LOS SETENTAS: LOS VILLAFAÑA QUE COMPARTEN CUADRA

—¡La mano de este viejito es lo que trae la clientela! —exclama Arturo Villafaña, mientras corta un poco del pulpo peruano y le da a probar a un par de clientes. Les dice que es más caro, pero que no importa, que “lo mejor pa´ los clientes”. Su voz carrasposa se escucha enérgica y resuelta debajo del cubrebocas. Estamos en Mariscos Villafaña, la carreta que ve hacia boulevard Lázaro Cárdenas, contra esquina de la calle Castillo.  Su dueño, el señor Villafaña, cocina desde 1976 sobre el mismo carrito de madera blanca en el que hoy trabaja.

Oriundo de Michoacán, Arturo llegó a Ensenada para poder continuar sus estudios. A la par de la escuela, el mundo del marisco lo atrajo y aprendió a cocinar las delicias del océano con ayuda de la familia Oviedo: fue la señora Celia Carranza quien le enseñó a preparar ceviche y almejas. Mientras estudiaba la preparatoria nocturna conoció a la que hoy es su esposa, y con los años y los hijos, decidió que se abriría paso en el mundo de la comida él solo abriendo su propio negocio.

Primero estuvo ubicado en la esquina en la que hoy se encuentra el hotel Misión Santa Isabel, frente al antiguo monumento a Lázaro Cárdenas, en donde hoy figura una licorería. Todo ese tiempo el señor Villafaña trabajó principalmente el ceviche y la almeja: “antes te vendían la almeja a paladas, ¿cuántas palas va a querer hoy? Nos preguntaban. Hoy es por docena”, platica el hombre, quien ríe mientras recuerda los viejos tiempos, tiempos en que preparaba ceviche de langosta, de jaiba, de abulón… “hoy todo eso está en veda o carísimo”, lamenta.

Hoy, en Mariscos Villafaña se cocina de todo un poco. Tostadas, campechanas y cocteles: de pata de mula, ostión, camarón, pulpo; sin olvidar las abiertas almejas preparadas. Sus recetas son originales, tienen el toque “del viejito” que desde hace 45 años se pone su mandil para darle la cara al boulevard y cocinar para sus clientes que vienen y van.

Unos metros abajo, en la esquina contraria, frente a la calle Adolfo López Mateos, está Mariscos Alejandra. La señora Vicenta Sosa Villafaña se inició en el mundo de los mariscos en esa carreta 30 años atrás, en 1991. Fue un regalo de su tío Arturo Villafaña, el viejito vigoroso con quien comparte calle desde entonces.

Vicenta no sabía cocinar mariscos, aprendió sobre la marcha, cuestionaba a su tío sobre la manera en que se abría una almeja, el grosor de las cebollas al picarlas en lunas. Aprendió sus recetas, las modificó a su gusto y sazón con el pasar de los años. Hoy sus hijos le ayudan a manejar el negocio, Vicenta les enseña como su tío lo hizo con ella hace 30 años, cuando caminaba desde el mercado negro con las bolsas de pescado y marisco.

Mariscos Alejandra (nombrada así por su hija), tiene en su menú un abanico de opciones que comparte con la mayor parte de las carretas en la ciudad, pero es la ensalada de mariscos la que prefieren los clientes; con pepino alrededor, cebolla en julianas, aguacate y la salsa que no falte. Al centro: almeja, pulpo, camarón y caracol. Son los Villafaña los que cubren toda la cuadra de su buen humor, sabor y nostalgia.

LOS OCHENTA Y SU BUEN COTORREO: EL GÜERO Y EL PARIENTE

A dos cuadras de distancia de los Villafaña, justo en el borde de la calle Alvarado, está Mariscos El Güero de Ensenada. Su dueño llegó de Michoacán desde niño, así que por su sangre corre un alto porcentaje de norte y puerto. Se llama Joaquín Torrez Mendoza, pero todos le dicen “güero” desde hace 40 años, cuando decidió en 1981 estacionar su carrera en la esquina de la banqueta que ve hacia avenida Reforma.  

En la adolescencia “el güero” tuvo varios oficios; albañilería, mecánica, trabajo de fábrica… hasta que un conocido de su padre que tenía una carrera de mariscos lo invitó a trabajar con él y se convirtió en un segundo padre para el joven Joaquín, que mientras aprendía su gusto por la cocina se acrecentaba. Motivado por cuidar de su madre y obtener la familia que siempre soñó, con los años decidió arriesgarse y abrir su propia carreta. Desde entonces se carcajea mientras prepara cocteles y entrega rebosantes tostadas, disfrutando de ver a sus clientes regresar para ensalzar sus órdenes y echarle limón al gusto a todo cuánto pidan.

El señor Joaquín, güerito como le dicen y bien listo para la risa y el cotorreo, contó para Molcajete que en los ochentas los negocios de mariscos utilizaban muy poco el aguacate, y que en sus viajes a Sinaloa miró que a todo lo proveniente del mar coronaban los sinaloenses con este verde elixir, así que se trajo la costumbre al puerto de Ensenada. También recordó que los cocteles no eran comunes en la ciudad, que en esos años casi todo se servía en su concha. Fue debido a sus clientes, siempre aprisa, que comenzó a usar vasos para que éstos pudieran comer de camino al trabajo.

El hombre considera que lo que caracteriza a su negocio —además de su cura bronca y divertida—, es su menú variado, sus “tostadas especiales”, tan especiales que tuvieron que hacer una versión pequeña para los niños o la gente de pronto llenar. Y sí, su menú es variado.

“El güero” sigue ayudando en despachar a la raza, revuelve el caldo rojo del coctel, sirve vaso tras vaso en medio del cotorreo y su doble sentido, su carcajada y buena onda contagian a quien atiende detrás de su carreta blanca repleta de calcomanías e historia.

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En el otro extremo de la ciudad, atravesando toda la Avenida Reforma, un sombrero negro se alcanza a distinguir desde la calle principal de Maneadero parte alta, justo al lado de mercado El Bistecito. Es don Ramon Ocegueda Cruz, mejor conocido como “el pariente”, quien pica aprisa en su tabla y agarra cura con los clientes.

Estamos frente a Mariscos El Pariente, un sitio con años de anécdotas e historia. La gente llega y ellos solos agarran ceviche, toman la cuchara y le sirven macizo al vaso, luego le echan salsita al gusto y totopean bajo el sol que templa el clima. Cuando “el pariente” abrió la carreta en 1988 estaba en sus veintes y trabajaba solo, así que, para no hacer esperar a la gente, les decía que se sirvieran solos. Esta cercanía y familiaridad con la clientela ha permanecido hasta ahora.

“¡Quiubo Pariente”, saluda don Ramón a la gente, los despide de la misma manera, mientras rebana aguacate y con maestría cubre una tostada. “El sombrero es la máscara de mi trabajo”, asegura. Y es que todo el mundo lo conoce así, no se lo quita nunca ni se lo quitará.

La carreta está tapizada de almejas blancas con vetas grises y negras, que el pariente abre en un tris, les echa limón, pimientay verdurita pa´ que le rinda al cliente. El señor Ocegueda decidió abrir su negocio después de un par de años de trabajar en el mercado negro. Él y Francisco Reyes, dueño de taquería El Trailero, eran buenos amigos y construyeron la primera carreta de madera para iniciarse en el negocio, pero al final tomaron caminos separados, uno se fue por los tacos y el otro por el marisco. “El pariente” comenzó a aventurarse desde su hogar, en colonia popular 89; cada día se lanzaba con las bolsas de ostión llenas, a veces los micros no lo subían y agarraba un taxi amarillo, que lo dejaba frente a Bancomer (antes farmacia Maneadero), en la parte baja del poblado.

Hoy “el pariente” recuerda el pasado con cariño, ah,¡un pasado de tanta chamba que hoy ha dado sus frutos! Es la carreta que reina en Maneadero. Allí han pasado a comerse una tostada delegados del pueblo y deportistas famosos de distintas disciplinas. ¡Nombre, a ese pariente le sobran historias para contar! De gente que va de pasada, de otros que se quedan por horas en la plática, que agarran el sitio de oficina con el airecito corriendo y los pendientes alivianados.

En El Pariente hay de todo, su menú es extenso. Manejan los mariscos habituales y un poco más: la almeja gratinada truena en el asador, el quesito desbordando de la concha; esa la anexaron hace diez años a petición de los clientes de San Quintín. Pero lo que más se vende es la tostada especial, un basto manjar en una deliciosa cama de ceviche, que el día de hoy es de Baracuta. ¡Ni hablar del aguachile! Peligroso para los miedosos del picante o la gastritis. El camarón y el chilito son la mejor combinación para los amantes de las emociones fuertes.

Ramon contó para Molcajete que lo más vendido era sin duda el ceviche estilo Ensenada, molido y jugoso. La gente lo pide porque se sirven al gusto y se van llenos, además de ser práctico y económico. “El ceviche es el termómetro de una carreta. Un mal ceviche casi siempre te da pista de cómo está lo demás”, comparte el pariente. Hay otras carretas “El Pariente” que cubren la demanda de la clientela en los diferentes puntos del pueblo, que son manejadas por sus hijos; pero nada más en ésta se encuentra Ramón meciendo su sombrero, saludando, cotorreando y despidiendo a todos sus parientes, porque aquí todos son parientes.

LOS NOVENTAS Y EL 2000 CON SU VARIEDAD DE CURAS Y SAZONES: EL COYOTE, YIYO´S Y LOS PERRONES.

Hace 24 años, en 1997, otra carreta alistaba salsas y tostadas para su apertura. Sobre la Reforma, hacia calle de las Brisas (justo en el sitio en el que hoy se encuentra agencia KIA), Joaquín Blanco y su hermana Imelda se decidieron a abrir un negocio de mariscos: esa carreta azul que hoy es tan conocida es Mariscos El Coyote, en honor al apodo de su padre, y el suyo de paso, que es, “el coyotito”. Esta cocina urbana tiene el océano pintado, peces nadan en la madera, hay un festín de almejas y ostiones sobre ella, listos para abrirse y recibir el jugo de limón.

Joaquín lleva eso de la cocinada en las venas. Sus padres, oriundos como él de Zacatecas, vendían comida mientras trabajaban en campos algodoneros. Eran gente chambeadora igual que él, que trabajó desde los 14 años. Le tocó conocer a la señora Celia Carraza, suegra de “La Guerrerense”, y de su mano aprendió las recetas que a su gusto y con los años fue ajustando, inventando con su vuelo. Trabajó con “el güero”, el del buen humor contagioso, y con un par de carretas más; hasta que la necesidad lo llamó y decidió abrir su propia carreta.

No fue fácil, el primer cóctel lo vendieron hasta 15 días después de la apertura, pero luego todo se acomodó, su buen toque comenzó a atraer clientes. Hoy están sobre la banqueta de la calle de las Brisas y allí han permanecido durante 11 años.

—Aquí preparamos la comida como si fuera para nosotros —asegura Joaquín para Molcajete, con su tono animado, alivianado, fresco como todo lo que prepara. También comentó que sin importar que la carreta estuviera llena, al cliente se le debía de tratar de forma única. Joaquín hace que los clientes se sientan especiales, por eso regresan. En El Coyote hay variedad, tienen todo un abanico de mariscos listos para preparar las mezclas y curiosidades que al cliente se le antojen. La campechana y la tostada especial son lo más famoso de su menú, lo piden y piden; y el ceviche, al ser económico, se vende rápidamente.

Los ostiones que prepara Joaquín son la sazón en bruto, a través de lo simple se conoce lo complejo, y alguien que sabe preparar ostiones sin disfrazar su sabor, tiene la mano bendita por el océano y la playa. Ni hablar de la tostada especial, que encima de una cama de ceviche lleva todo listo para saborear a todo  paladar..

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“Sorpréndeme” dicen los clientes cuando llegan Mariscos Yiyos y se encuentran con Sergio Castro, el hombre que en 2006 hincó las llantas de su carreta frente a Playa Hermosa. El Yiyo, como le llaman todos, trabajó desde joven en el mercado negro. Invitaba a los turistas a que pasaran a comerse unos marisquitos en los diferentes restaurantes que se encontraban en el lugar; impulsado por el gusto de la cocina que su madre sinaloense le inculcó, eventualmente decidió emprender su propio negocio de mariscos.

Empezó con almejas gratinadas y ceviche, después, añadió las tostadas especiales. Hoy en día su carreta es conocida por sus platillos originales, como el “pulpo enamorado”, el “beso de sirena” y el “molcajete chinola”. Todos combinan lo frio y lo caliente, el sabor y el amor, que nunca falta en sus platillos, algunos preparados con la salsa “Pipichú”, invención que nació desde que abrió su primera carreta en periférico y calle Delante.

Sin duda el Yiyo es todo un personaje: tiene una gran sonrisa bajo el cubrebocas, lo delata el tono alegre de su voz y sus ojos achinados. Se mueve de arriba a abajo, palmea la espalda de sus clientes, cotorrea con ellos mientras éstos comen y lo felicitan por lo bien que cocina.

Durante 15 años fue vecino de la playa, miró el mar y los atardeceres mientras cocinaba almejas gratinadas en una estufa de leña; pero a causa de la pandemia, desde marzo del 2020 Yiyo´s está ubicada en el patio de la casa de Yiyo, en Valle Verde, colonia Popular 1, calle Tlaxcala.

Al sitio se llega con facilidad, y al entrar se siente el ambiente playero: Yiyo´s se trajo la playa a la colonia.Y la gente lo siguió, dieron rápidamente con el domicilio listos para seguir disfrutando de las especialidades del negocio como lo hicieron antes de la pandemia. Clientes viajan desde otros estados de la república para conocer al dueño y cocinero, que a través de su canal de YouTube “Mariscos Yiyo´s”, comparte sus recetas y buen humor. Al llegar se lo encuentran cocinando, metiendo la pala de acero en la estufa de leña y cotorreando mientras el humo y el aroma invaden el patio y la música raggae relaja a la clientela.

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“Arremánguese viejón, ¡échele compadre!”, canta la banda norteña desde la bocina instalada a unos metros de la carreta de Los Perrones. Es sábado por la tarde y la banda ya está bien puesta pa’ echarse unos marisquitos frescos preparados por esta carreta con más de 10 años de experiencia. Este puesto azul de música y variadas salsitas se encuentra desde el 2009 en la calle Baja California, cerca de avenida México, y fue fundada de la mano de Enrique Silva, Cristian Silva, y José Luis el “William”, como lo conocen los clientes.

“Pásame una tostada”, “¿más galletas hermano?”, “¡Sale una perrona pa’ llevar!”.

La agilidad de los despechadores tiene toda la fluidez y talento de quienes acumula semanas incontables llevando el sabor del mar a miles de paladares.

—Pásame una perrona porfa.

—Por $50 se lleva la perrona completa y de ahí comen 3-4 personas jefe.

—Échamela pues, una entera de una vez, a ver si es cierto  

El ambiente popular que se viven en Los Perrones es tan fresco como el producto que despachan. Aquí en pocas horas salen decenas de cocteles, tostadas y claro, ¡perronas!, invención que ha sido un éxito rotundo. “La perrona” surgió ahí mismo, en la chamba y al gusto de los clientes. Es una charola con una base de ceviche jugoso cubierto por marisco en variedad —como camarón, callo de hacha y pulpo—, que arriba lleva láminas cremosas de aguacate. Es como una especie de ceviche campechano para dos o tres personas, o para una de buen comer que ande bien hambreada.

Como en la mayoría de las carretas del puerto, en “Los perrones” son los mariscos frescos los que predominan en las recetas, pero el “Williams” cuenta para Molcajete que él y sus socios (que también son su familia) tienen pensando incluir en el menú recetas calientes; ejemplo de ello es la almeja gratinada, que implementaron hace un tiempo y que hasta hoy ha tenido buena aceptación en la clientela.

La gente come bien a gusto tanto en la mesa como en el frente de la carreta, mientras en la parte trasera se cortan y exprimen limones, el pulpo y el camarón son cortados en una tablita de madera y quedan listos para ser bañados con cebolla, tomate, cilantro, kétchup, salsita picosita y salsa Magi.

Cada mañana a las 8:00 se puede ver por esta calle cómo desfila un pick up que jala tras de sí la carreta de Los Perrones, misma que a las 5:00 de la tarde termina su actividad habiendo complacido y enchilado a cientos de ensenadenses.

—¿Todo bien mi hermano? ¿Más totopos apá?

—¡Échamelos! 

 

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Pasearse por esquinas y colonias de la ciudad para conocer las carretas de mariscos más emblemáticas de nuestro bello puerto sin duda ha sido una gran aventura. Cada uno de sus personajes con su sazón e historia endulzaron nuestros lentes y plumas. Todas ellas, y otras más que seguro nos faltaron pero que algún día probaremos, son parte importante de la historia de Ensenada, un mapa marisquero que se traza por toda la ciudad y que alimenta los estómagos de habitantes y turistas, sin importar su estrato social, nacionalidad o paladar curioso y extraño. Sin importar si gozan de fama o no, cada carreta, con su propia esencia y distinción, ha puesto a esta cenicienta en los ojos del mundo, un puerto donde los costeños lleva décadas reinventando las maneras de aprovechar las dichas del mar para llevar sustento a sus familias y alegrar miles de paladares

4 comentarios en “El mar en cuatro llantas y la sazón banquetera de su historia: las carretas de mariscos en el puerto.

  • Y los Navolato? del boulevard y riveroll, ellos son pioneros y muy famosos, que incluso muchos de los q hoy emprendieron sus negocios, trabajaron con ellos, y inventores de la salsa malandra….

  • Les faltó el legendario pizon de los mejores chef de la baja , con la guerrerense y Benito Molina , su carrera en Pedro loyola y Guaymas

  • Felicidades a todos los “CARRETEROS ENSENADENSES” por los deliciosos platillos, las salsas, y ese ambiente tan familiar que, todos los días hacen con mucho amor. Mil felicidades y gracias por existir en ese BELLICIMO PUERTO DE ENSENADA.

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